Catarata en Cinchona, Alajuela. La fuerza del terremoto que sacudió con furia al país, la tarde del jueves, condenó irremediablemente a la comunidad de Cinchona a convertirse en un pueblo fantasma.
Muy pocas viviendas soportaron en pie los embates de la naturaleza; aquellas que no cayeron tras el sismo de 6,2° en la escala Richter evidenciaban ayer severos daños que las tornaron inhabitables. Más de 80 sucumbieron. Para Cinchona, en el distrito de Sarapiquí, Alajuela, no hubo piedad. Ni siquiera el templo católico se salvó. Imágenes de santos, cuadros, vitrales –convertidos en pequeños fragmentos de vidrio– y bancas quedaron desperdigados.
En las afueras, las dos campanas yacían tendidas entre las profundas grietas que rodean los jardines. Por doquier hay viviendas colapsadas. La naturaleza no respetó construcciones de madera o cemento; nuevas o viejas; grandes o pequeñas.
Aquí nada quedó a salvo.
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